Abro mis manos, las miro y trato de guardar su imagen en mi mente. Cierro los ojos y ya no estoy allí, sino muy lejos. Mis brazos no aguantan estar junto a mi cuerpo y toman vida propia, extendiéndose al unísono, haciendo rozar la piel con el aire que me circunda. De repente, mis ojos vuelven a abrirse y el panorama es distinto al que dejé al comenzar esta experiencia surreal. Miro nuevamente mis manos, parecen saludarme mientras siguen acariciando la brisa que pasa por debajo de ellas, suave y lenta. Miro mis piernas estiradas, mis cabellos que se amontonan en mi frente, miro el paisaje que me circunda y que acompaña este viaje. Veo árboles rojos como torrentes de sangre, que caminan a paso lento tratando de seguirme con sus pesadas hojas violetas, tan grandes que apenas pude apoyar una en mi espalda, para jugar a ser un superhéroe. También hay nidos de extrañas aves, de picos espiralados y multicolores, algunos a rayas, otros con lunares, con plumajes de tonalidades tan vivas que llenan mi corazón de una alegría indescriptible. Sin embargo, lo que más me hace sentir viva es la poca noción del tiempo y de la sociedad que se presenta en mi mente. Ni ayer ni hoy ni minutos ni horas, el sol y la luna se ubican indistintamente en un cielo color esmeralda que apenas contiene esta extraña escena. Por otro lado, los únicos seres con vida que me rodean, son animales o árboles, los humanos parecen no existir. "Mejor así", pienso. De hecho no sé ni siquiera por qué pienso de esa forma, tal vez tanta hermosura me hace egoísta, no puedo concebir que otra persona cuente como yo esta asombrosa visión. Resuelvo dejar de pensar en ello y me detengo solamente en las ramas onduleantes de los árboles, que se retuercen alcanzándome frutas de distintos tamaños y colores, completando con asombrosa poesía toda la paleta de tonalidades de cualquier talentoso artista. Reviso el cielo nuevamente y ya la luna ha alcanzado al sol.