miércoles, octubre 08, 2008

How does it feel...?

Uno entra y ya puede respirar el terror. Nadie se apura por ir, ni siquiera está obligado, pero hay que hacerlo tarde o temprano. Nos miran y saben que no podemos aguantar las ganas terribles de huir, correr, gritar, pedir ayuda a quien sea. Pero todo sería inútil e incluso iría en contra de nuestros verdaderos intereses. Y entonces, por qué a pesar de saber que estamos haciendo lo correcto, el miedo corroe nuestras frágiles mentes? Por qué nos vemos casi en la obligación de odiar a quien nos ayudará? Esta última pregunta, tal vez, es la más sencilla de responder: porque, a pesar de estar ayudándonos, aman el sufrimiento que nos provocan, aman los ruidos de sus extraños elementos, aman el sonido de nuestras quejas, aman el polvo generado por su trabajo, aman escuchar nuestras estúpidas excusas y pedidos de auxilio, aman las inyecciones y la luz fuerte en nuestras caras. Y nos odian por odiarlos. Nos devolvemos cortesías, intentamos agradarnos mutuamente, y sin embargo, nos detestamos. Vernos es sinónimos de dolor, de ganchos y tornos, de muelas picadas, de interminables minutos en un horrible asiento destinado a la tortura. Seis meses pasan rápido y ahí estamos nuevamente. Sudando, oliendo a amalgama, a pasta, a agüita en un vaso de plástico, a escupidero con restos de dientes y sangre. Una inexplicable solidaridad acompaña a los pacientes en la sala de espera, nos miramos y silenciosamente nos entendemos, como nunca podríamos hacerlo. A pesar de eventuales diferencias en el plano político, social, económico todos nos congregamos y somos pequeñas criaturas indefensas cuando nuestro apellido es leído por una gris dentista que sólo busca nuevos pacientes a quienes torturar con su torno. Toma el gancho de exploración, el elemento más sadico y despreciable en la medicina, junto al inofensivo espejito y comienza el dolor. A partir de ahí todo serán penurias. Nada de llorar ni retorcerse, el profesional no puede perder el tiempo tranquilizándonos. Y el torno, oh el amado torno. Su ruido creo que me atormentará toda la vida. En la mesita, ubicados prolijamente están todas las puntas posibles, y el aparato al lado. Creo que aunque se inventara (si es que no existe) el torno sin ruido, no lo utilizarían. Los rictus de nuestras caras al encontrarnos indefensos, con la cara frente a una luz intensa y con la boca inhumanamente abierta, deben ser imperdibles para el experto en torturas llamado dentista.

En otras noticias, ayer fui al dentista. Hello, hello, toma asiento, tres caries, un conducto. No, conducto? Sí, la muela está hecha percha (textual). Pero no me digas eso. Sí, es una pavada. Pero no me toma la anestesia. Bueno, vas a tener que tranquilizarte. Y como hago? No seas miedosa. Yo ya me hice uno y sentí TODO. Imposible. Es verdad. No. Ufa. Hacete una placa y hacelo lo antes posible. Ok, pero no me podes dar algo para los nervios? No. Pero... Crecé. Lloré, juro que lloré con mi anterior conducto. Nomimporta. PERO LA ANESTESIA NO ME TOMA MALDITA SÁDICA DEL DEMONIO! NO ENTENDES? EH? DISFRUTAS VERNOS SUFRIR? TE GUSTA MI CARA DE DOLOR? SOY GRACIOSA LLORANDO? VAMOS A VER CUAN GRACIOSA VAS A SER VOS CUANDO TE TORNEE LA DENTADURA COMPLETA. Tengo dentadura postiza, lero. Fuck.


La destrucción de todo mi sistema de autodefensa y amor propio tiene fecha y hora. Martes 14, 1730 hs.



2 comentarios:

El Profe dijo...

AYYYYYY.... ¿Por qué me trajo estos recuerdos? Los dentistas no son seres humanos, no tienen alma...
¡Saludos!

caca dijo...

El típico caso de indsiciplino, de falta de conducto.