lunes, abril 16, 2012

Una más.

No es lo mío, pero hay que hacerlo. Trato de pasar el tiempo lo mejor que puedo, pero no hay muchas opciones. Me ofrecen algo de entretenimiento, pero no es de mi agrado. Comentarios sobre lo molesta que soy al respecto me llueven, pero ya estoy acostumbrada, por lo que ya no me hacen mella. Decido seguir la corriente y me dispongo a disfrutar lo que me dan, sin detenerme a pensar que es algo horrible, estereotipado y muy lejano a mi gusto. Ya está, lo hago, no pienso, sólo me pongo cómoda.

Para mi sorpresa, algo que debía durar una hora y media o más, termina a la media hora de haber comenzado. Curiosamente, siento que entendí lo que pasaba, cómo empezó y cómo terminó. Es un sentimiento algo extraño y la desconfianza se hace paso entre la comodidad. Miro el reloj y no pasó ni un minuto más. Veo a la gente que me rodea, parecen no interesarse en lo mismo que yo, están extrañamente inquietos, cambian de posiciones, se paran, hablan, leen, los niños recorren los pasillos gateando, lo cual provoca algunos accidentes menores. Tratan de contenernos e incluso amenazarnos, pero nada surte efecto. Estamos en una situación de sobre exitación incontrolable.

Nuevamente, nos ofrecen una alternativa de entretenimiento. Algunos accedemos, entre aburridos y sofocados. Al fin y al cabo, sólo pasó media hora. Esta vez, todo sigue su curso naturalmente, escucho algunas risas, asumo que somos varios los que nos tranquilizamos, despejando de preocupaciones las mentes de nuestros anfitriones. Siento que esta vez es distinto, no sólo por eso, sino porque me gusta lo que veo. Las cosas se hacen más fáciles, pero cuando termina en el tiempo adecuado, miro el reloj y pasaron diez minutos. No comprendo como es que pasó eso. Pido la hora a otros cercanos a mí, y no estaba equivocada. Sólo pasaron 40 minutos desde que empezó todo.

Salvo nosotros, los que poseemos un reloj, nadie parece notar esta incongruencia temporal. Estamos deslizándonos lentamente en el tiempo. No se podría decir que sea claustrofóbica, pero la intranquilidad se adueña rápidamente de mí. Bueno, lo rápido o lo lento no tiene mucho sentido a esta altura, pero necesito darme a entender. Digamos que antes de que me diera cuenta, estaba despertándolos a todos con mis gritos. Nadie entiende lo que digo, y aquellos que ya sabían lo que pasaba, insisten en que me calle. ¿Por qué? les pregunto.

"Somos habituales aquí" me dice uno. "Vos no deberías notarlo" me dice otro. Nadie responde mi pregunta, desconcertándome cada vez más. ¿Por qué no debo advertirles a los demás? ¿Cuál es el secreto que esconden los clientes habituales? ¿Son ellos los causantes de la "cámara lenta temporal"? ¿Cuál será el efecto en el mundo real? Nada, ni una palabra, sólo escucho el silencio de ellos y el bullicio sin sentido de los demás.